A punto de celebrarse el segundo aniversario de la revolución egipcia, el presidente Morsi acaba de cumplir 200 días en el cargo. ¿Cuál es la situación del país?
Los Hermanos Musulmanes, a la cabeza del país desde la celebración de las primeras elecciones plurales que tuvieron lugar en junio pasado, son considerados por muchas cancillerías occidentales como los únicos interlocutores capaces de llevar a cabo el relevo democrático del país y mantener la estabilidad tanto a nivel nacional como regional.
Lo son efectivamente en cuanto a su alto nivel organizacional y decisional (hasta ahora, una fuerte cohesión ideológica rige la Hermandad), pero ¿lo podrán ser a nivel de alternancia democrática? La respuesta tiene varios componentes. Históricamente, los Hermanos Musulmanes ven esta oportunidad de toma de poder después de 80 años de larga y dura espera, como una oportunidad única que no tienen que desperdiciar.
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Conflictos interconfesionales, agresiones físicas o verbales son el pan de cada día de muchos coptos. Recientemente, el ministro de Educación ha declarado que los niños baha’ís (existe una pequeña comunidad baha’í en Egipto que sobrevive, a falta de poder vivir de manera digna) ya no tienen cabida en los colegios públicos. Basándose en la nueva Constitución, alega en efecto que están reconocidas en Egipto únicamente las tres religiones de tradición abrahámica, o del Libro (es decir el judaísmo, el cristianismo y obviamente el islam). Los niños y estudiantes baha’ís pasan por lo tanto a formar parte de un limbo sociológico y jurídico. En la época de Mubarak, la comunidad baha’í había logrado arrancar escasas garantías que se ven retirar, como ha sucedido en muchos sectores en Egipto.
En efecto, un tema para el cual se teme lo peor, es el de libertad de culto. Una familia, compuesta por una viuda y sus siete hijos, acaba de ser condenada a quince años de cárcel. Su crimen: haberse convertido al cristianismo.
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Ler artigo completo: 730 días después, y los 200 días de Morsi (El Pais)
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